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Yo también estuve ahí

Mi Historia

En una tarde de febrero de 2018, mi mujer notó una sensación extraña de despersonalización, confusión y amnesia, fuerte dolor de cabeza, náuseas y diplopía.

Nos fuimos a urgencias. Tras un análisis de sangre y un TAC craneal, la doctora de guardia nos dijo que la iban a ingresar, pues había visto algo que no le gustaba.

Pasarían 28 días hasta volver a casa.  El mundo se paró.  

Le diagnosticaron una posible encefalitis inflamatoria de tronco. Empezaron a administrarle antibióticos, antivirales e inmunoglobulinas, así como un tratamiento de choque con cortisona. Veía doble, le molestaban los ruidos y la luz. Durante varios días no pudo hablar.

Días y noches, de miedos y preguntas que solo pueden entender quienes hayan vivido algo así.

Y esa incertidumbre que creció con las esperas y los silencios. Nunca sabíamos cuando iba a pasar visita el doctor y si diría algo nuevo. Los enfermeros entraban y salían, pero informaban lo justo.

Las pruebas siguieron. Punciones lumbares, PET TAC, resonancias magnéticas, analíticas, potenciales evocados.
Y las visitas también. Oftalmólogo, neurofisiólogo, neurólogos. A cada uno de ellos tuvimos que volver a contar una y otra vez todo. Ninguno llegó a diagnosticar con certeza ni a darnos una idea definida de cuál iba a ser la evolución.

Casi cuatro semanas después, por fin llegó el alta.

Pasaron otros dos meses hasta que pudo levantarse sola de la cama, y cuatro más hasta que salió a pasear acompañada a la calle.

Seguimos visitando especialistas: neurólogos del centro especializado en esclerosis múltiple, especialistas en encefalitis autoinmune, psiquiatras, oftalmólogos, acupuntura, reiki, y especialistas en medicina integrativa y psicoinmunología.

Ahora está mejor, aunque sigue con migraña crónica, pérdida de visión lateral, temblor en las manos.

No puedo olvidar la angustia y dolor de aquellos meses.

No saber qué hacer ni a quien más acudir.

No tener nunca la convicción de estar haciendo todo lo posible.

Tener que explicar tantas veces lo mismo a tantos doctores.

Pasaré el resto de mi vida reconociendo y agradeciendo el trabajo de los médicos y enfermeros que se ocuparon, y siguen ocupando, de nosotros, pero ellos tienen cientos de pacientes y la obligación de enfocarse en su trabajo.

Ojalá hubiésemos tenido entonces a alguien cuya única prioridad fuésemos nosotros.

Pablo Zea. Fundador de Prioritas

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